Issaguen y la ruta del Hachis, desde sus entrañas
- Danel Ayesta
- 17 mar 2019
- 7 Min. de lectura
La ciudad azul de Chefchahuen se vio opacada por el frío y las lluvias en aquel marzo de 2018. Al no tener respuestas de Couchsurfing, decidimos apostar por un nuevo destino tras dos jornadas en un hotel. Había fastidio e ideas poco claras y entremedio, un mensaje de Mohamed oriundo de un pueblo cercano, Issaguen. Él no podía recibirnos pero sí su amigo, “que habla español”, aclaró.
Googleamos el sitio y observamos temperaturas rondando los cero grados. Pero la distancia de tan sólo 100 kilómetros y la seguridad de tener un lugar en donde dormir bastaba. Quizás no para caminar entre las montañas bajo ese frío y con lluvia, pero sí para compartir tiempo con personas en nuestros comienzos por la puerta de África. Fue así que empezó uno de los dedos más sufridos y extraños de nuestras vidas por la ruta 2, conocida como el Rif y en su versión más perturbadora: La ruta del Narcotráfico.

A los pocos minutos una pareja en un lujoso auto nos acercó a una rotonda estratégica. Ellos viajaban hacia Casablanca. La miré Andrea pero ninguno de los dos emitió comentario. Era la posibilidad de escaparle a las bajas temperaturas y a la difícil historia que se aproximaba (hoy anecdótica), pero decidíamos continuar nuestro camino, acercándonos a las peculiares secuencias.
Entre el frío y el viento, nos levantó un holandés. Le mencionamos que nuestro destino era Issaguen (también conocido como Ketama) y ahí escuchamos por primera vez en la jornada el término Hachís. Nos enteramos que viajábamos al epicentro mundial de esta droga que se obtiene a través de la marihuana. En cada traslado conocimos personas que directa o indirectamente tenían algún tipo de vinculación con el narcotráfico o la producción, naturalizando su actividad. El europeo, sin ningún tipo de miedos ni tabúes, nos dijo que él traficaba a Holanda mediante caramelos. Comían lo que ellos llaman “chocolate” por la textura y el color de la droga, y pasaban los controles aeroportuarios para finalmente entrar a territorio holandés.
Cuando el conductor habló, acompañado por custodios marroquíes, pensé en mi inglés básico. En las malas interpretaciones que quizás tenía al no manejar bien la lengua. Pero luego, Andrea que entiende perfectamente, terminó confirmando sus dichos. Era extraño, hasta impune, que un narcotraficante nos esté contando con total soltura su procedimiento. Llegado a un nuevo desvío, el pez gordo del Hachis nos obsequió varios kilos de … NARANJAS, aportándole una cuota bizarra al momento. Desde nuestras perspectivas rozando lo perturbador y él desde su lugar muy convencido con su actividad. Luego de esto un hombre perdido con ojos saltones, jalando un polvo color rosa, ensangrentado, semejante a un personaje de Walking Dead, intentó tirarse encima nuestro. Por suerte, testigos vieron nuestra incomodidad y nos sacaron de apuros. Hablaron con un amigo que iba en nuestra dirección y continuamos. Hasta el día de hoy nos preguntamos con qué se drogó.
El nuevo conductor hablaba un poco de español e inglés. Dentro de su camioneta, tenía una mesa muy bien colocada junto a dos banquitos. Deducimos por el aspecto interior de la camioneta, que ofrecía servicios de traslados con “degustación” y notamos que en cada control policial hacía un gesto. “Siempre quieren dinero. Ya le dije que cuando vuelvo les pago”, indicó el chofer y mi curiosidad por ese entonces empezó a despertar. Lo llevé a responder sí se refería a una “coima” por sus servicios prestados y respondió que sí, con la naturalidad que se maneja la cuestión por esos lares.
Estábamos cada vez más cerca de Issaguen y los vendedores de Hachís querían adelantarse. En cada pueblo intermedio se nos tiraban encima. Pasaban en motos, caminando y hasta en camionetas. Nos invitaban a sus casas bajo términos tales como “tengo el mejor”, “vamos a fumar amigo”, “toma amigo para probar”. Era un caos de personas ofreciendo y ofreciendo a turistas, algo poco común en la zona ya que organismos internacionales recomiendan a los visitantes no ir a Issaguem “o a cualquier lugar situado a menos de 50 km del pueblo debido a serios problemas de narcotráfico”, indica un comunicado de la embajada española.
En contraste, a principios del año 2008 el gobierno de Mohammed VI construyó un hotel de 4 estrellas con el objetivo de tapar la mala imagen del pueblo y propulsar a los turistas para que visiten el complejo de esquí y veraneen, como en las viejas épocas. Pero el Hachis es el verdadero motor del pueblo y genera negocios millonarios en sus traslados tanto por las ciudades más importantes del país como también a nivel internacional. Ir a Issaguem es encontrarse con una comunidad orgullosa de producir la mejor “droga del mundo”, según mencionan algunos. Es ir a pegarte la “mejor fumata de tu vida”. Empecé a entender porque los anfitriones de Couchsurfing tenían fotos con grande plantaciones, hectáreas y hectáreas de marihuana y ellos en el centro extendiendo los brazos como si estuviesen en la cima de una montaña contemplando un paisaje de ensueño.
Y dentro de ese entorno de fanatismo había dos argentinos que no fuman y estaban allí soportando el frío y la lluvia en una cultura muy distinta que hasta el día de hoy no entiende qué hacíamos ahí y Andrea hasta el día de hoy me recuerda esa mala decisión que tomé. Nos vimos encerrados en el poblado de Azilah junto a Hamid y su padre. Un paraíso terrenal rodeado de bosque de cedros y el Monte Tilighin, pero opacado por el mal tiempo y sin mucho para hacer. Empapados deseábamos una ducha con agua caliente pero definitivamente no estábamos en el lugar correcto. En Marruecos, generalmente es difícil romper con la dinámica hospitalaria que proponen. Nos invitaban a comer y luego el 99% del tiempo el tema de conversación era relacionado con el Hachis que supuestamente pretendíamos comprar. Pero a nosotros no nos seducía la idea de consumir y menos comprar.

Al día siguiente, un hombre que hablaba un perfecto español hizo de traductor. Le dijo a Hamid que éramos viajeros, que estábamos conociendo y QUE NO QUERÍAMOS COMPRAR. Pero el joven pareció no concebir esto. Iba en contra de sus expectativas, pero el traductor que vivió muchos años en España entendió la alocada idea de que una pareja de argentinos llegue al epicentro mundial del hachis y no tenga intención de comprar ni de fumar. Sorpresivamente, contrastando con la idealización de muchos, exclamó: “No fumen, es una mierda. El hachis bueno, puro enserio representa sólo el 1% y ahora no es época. Lo demás es todo basura”.
Y finalmente cambiamos de escenario. Empezaron las charlas de café, el paseo predilecto de los hombres y excepcionalmente para Andrea. Ella, junto a las mozas, las únicas presencias femeninas. Marruecos, en general, es un país de hombres a tal punto que hice un video llamado “busca una mujer entre este montón”, cuando el reloj marcaba las 3 de la tarde en el pueblo que nos llevaba a su ambiente más viciado. Sí bien fumar Chocolate está prohibido, los vecinos de Issaguem adoptan sus propias reglas. Por los pasillos del café corría el humo del tabaco entremezclado con el aroma del Hachís. Los grandes televisores, como de costumbre, emitían noticias de fútbol que los habitantes observaban entre pitadas y sorbos del famoso té de menta.
Espontáneamente se completó una mesa redonda. A esa altura, estaba entusiasmado por saber más. Fumé un cigarrillo a la par de ellos como gesto de empatía y empezaron las historias entre español (Marruecos, al Norte del Rif, fue colonia española hasta 1956), algo de inglés y señas. Me sentía en un ambiente cinematográfico. Ellos tenían un total convencimiento de que el Hachís no era malo y contaban que el circuito estaba avalado por las autoridades. Cuando les mencionaba lo que organismos internacionales marcaban de Issaguem, insistían con que se trataba de una persecución. “Nosotros somos personas muy buenas, no somos terroristas como nos quieren mostrar”. Me explicaban que de allí partía la droga a los grandes centros turísticos de Tánger y Chefchehuen, y a España vía marítima, además de los famosos “caramelos” a distintos puntos de Europa.

El joven Hamid se mostraba entusiasmado por una entrega minorista en Tánger por la cual le pagarían 2000 euros (10 sueldos mínimos de allí), mientras que su tío apostaba a las grandes ligas. No pudimos saber mucho de él pero con observar bastaba. Auto de lujo, propiedades y un porte que me hacía recordar a “Tony el gordo” de los Simpsons. Comimos en su casa una carne picada preparada en bollitos (no recuerdo el nombre) y luego nos dormimos en los característicos sillones largos mientras tío y sobrino fumaban. Al otro día, nuevamente al café y a visitar a otro tío. Al momento los vehículos se convertían en nuestro refugio a la hora de deambular por diferentes casonas esparcidas por la montaña, pero para llegar a la casa del nuevo pariente no había ruta. Tuvimos que caminar por la noche, entre piedas mojadas, zanjas de agua y bajo la lluvia, perseguidos por un frío que penetraba los huesos. De los 500 metros más largos de nuestra historia.

Una vez dentro del refugio rodeamos la salamandra y nos desvanecimos en los sillones, no sin antes comer un sándwich de atún que generó un colapso interno. Me intoxiqué y la pasé mal varias horas. Al día siguiente, como pude bajé de la montaña dejando huellas de vómitos, hasta llegar a un taxi compartido que nos llevó al pueblo. Hamid era un chico bueno, amable, pero tenía decisiones poco criteriosas en relación a nuestro estado y a veces el choque cultural es tan fuerte que la palabra no alcanza. Tomamos nuestras cosas y por única vez en dos meses nos subimos a un bus que iba a la ciudad de Fez.
Cómo no podía ser de otra manera, la postal final se la llevó un anciano que jugó con mi inocencia. Se sacó la capucha y me saludó muy sonriente, recibiendo mi genuina y dificultosa respuesta producto de mis dolores estomacales. Para mi sorpresa, no era un saludo lo que me estaba ofreciendo, sino lo que todos te ofrecen allí! ;). Andrea cerró la ventana, no queríamos saber más nada de ese asunto, con un NO que todavía hace eco por el Rif.
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