Cómo hacer AutoStop en Bolivia
- Danel Ayesta
- 24 mar 2019
- 5 Min. de lectura
Hacer dedo en Bolivia no es una tarea fácil, pero es posible. Es necesario aclarar y filtrar, cuestiones que desarrollaré en el siguiente artículo. De Cochabamba a Santa Cruz, por el Río Mamoré a bordo de un barco carguero y hasta haciendo la mítica ruta del Che Guevara. Bolivia, de punta a punta.

Por lo bajo, circunstancialmente, se asoma alguien por grupos de mochileros diciendo que hizo dedo en Bolivia. Pero todo queda en un simple comentario. No suelen explayarse sobre una modalidad de viaje que muchos creen imposible en el estado pluricultural. El comentario trillado, señala que el Autostop es pago y que no vale la pena ante lo barato que resulta moverse en micros por todo el territorio.
Pero más allá de la lectura económica, hay personas que viajan haciendo dedo por la mera experiencia, por todo lo que significa. Aprender de las personas que te llevan, ser circunstancialmente parte de sus vidas y estar inmerso en una incertidumbre que termina resultando una caja de sorpresas.
Por eso le dije “Sí” a Bolivia. En el primer viaje que hice allí, me dejé llevar por los comentarios pero luego de una fatídica experiencia a bordo de un trasporte de larga distancia, en mi segunda experiencia aposté por el pulgar hacia arriba. Los coches paraban y tenía instalado el prejuicio de que siempre querían cobrar. Por eso, antes de subirme aclaraba mi forma de viaje y algunos continuaban decepcionados, pero también estaban los que decidían llevarme aunque sea al siguiente pueblo. Y así avancé, con mucho cansancio pero avancé al fin.

La tarea de estar explicando todo el tiempo me generó un gran desgaste. No fue fácil estar frente a decenas de vehículos que tocaban bocina con fines de "traslado pago" y tener que explicar la forma en la cual viajo una y otra vez. Además me inundaba el prejuicio de ser estafado en el traslado por ser extranjero, pagando tarifas más costosas con respecto a los micros de larga distancia.
A causa de esto, elaboré un plan que compartí con otros viajeros y les resultó exitoso: El Plan Filtro. A los vehículos que marcaban tendencia (con capacidad para introducir gente hasta en el baúl), directamente le daba la espalda y decidía invertir toda mi energía en coches de alta gama, chicos / de buen aspecto. De este modo el promedio de frenadas bajaba, pero registraba largos tramos y conociendo a veces la Bolivia pudiente. Digo “conocer”, porque mas allá de los paisajes considero que el verdadero saber se obtiene a través de las personas. Aprendí de campesinos y también de empresarios.

RELATOS POR RUTAS BOLIVIANAS
En Cochabamba, tras salir en la caja de una camioneta del pueblo colonial “Totora”, me levantó un chino dueño de una cadena de supermercados. Estaba acompañado por 3 bolivianos (aparentemente todos asesores), que constantemente asentaban con la cabeza todo lo que decía el empresario (léase, personas obsecuentes). El hombre transitaba por caminos secundarios por cortes en la ruta principal hacia Santa Cruz de la Sierra y tras unos 40 kilómetros me dejó en un pueblo en el medio de la nada.
Al ver el escenario, bajé con total tranquilidad, sin la ansiedad por poder conseguir otro traslado. Por eso, a la camioneta Hilux 4x4 le lancé el dedo con poca convicción cuando superó mi línea. Vaya sorpresa al observar que paró y tocó bocina. El conductor vio por el espejo retrovisor mi pedido y al bajar los vidrios polarizados observé a un hombre muy bien vestido, raro por esos lares. Resultó ser uno de los asesores principales de Evo Morales y a su vez presidente de un afamado club boliviano de Fútbol que juega Torneos Internacionales. Me empezó a hablar sobre Evo, su militancia política y hasta recordó con emoción el día que Morales ganó su primera elección.
“Eran épocas en las cuales el presidente hacía campaña pueblo por pueblo. Nos recorríamos todo el país, pero ahora es distinto. Se junta con gente muy obsecuente que lo aconseja mal”, señaló y agregó: “hasta le dicen que está más rubio y que tiene un tono de color más claro en los ojos con tal de ganarse su confianza. Hasta esos puntos llega”.

El trayecto final era Santa Cruz de la Sierra y tras dos horas de viaje se había fortalecido un vínculo de confianza entre charlas políticas y sociales que derivó en una invitación. “Podes quedarte en casa y conocer a mi familia”, me ofreció el hombre pero finalmente resultó tentador bajarse en Samaipata (pueblo que se caracteriza por su Fuerte). Me motivaba la idea de hacer “La Ruta del Che Guevara” de forma autoguiada. Me fui a un camping para poder sociabilizar y en ese mes vacacional para muchos, rescaté a Nico y Victoria, dos amigos hasta el día de hoy quien se sumaron al difícil plan.
Viajar solo a dedo ya era complicado y ni hablar tres. Muy lejos de este pronóstico, tras un total de cinco vehículos terminamos llegando nada más ni nada menos que a La Higuera. Empezamos alborotados en la caja de un camión (cuándo no?), pasando por la parte trasera de una camioneta cuyo conductor tenía una gran gratitud hacia los argentinos. “Su país le salvó la vida a mi papá. Lo atendieron en el hospital, con internación incluída”, recordó el hombre. En Valle Grande acampamos en un edificio abandonado y comimos pollo broster (un clásico por 10/12 escasos bolivianos). Luego conocimos a un hombre que nos llevó al museo del Che y llegó el turno del trayecto más difícil.
Una ruta más que secundaria, terciaria. Nos dejaron en un cruce difícil, de poca afluencia vehícular, pero un vecino del municipio de Pucará (parada previa a La Higuera) nos salvó. Acampamos en la cancha de fútbol de la pequeña colonia de no más de 800 habitantes, emplazada en un lugar de ensueño, rodeada de montañas. Y si 800 les parece poco, qué le queda a La Higuera. Tan sólo 100 habitantes ante la imponente figura del Che Guevara frente a la escuela, en la plaza principal del pueblo.

Pero precisábamos volver y no había turistas de regreso. Por suerte, tras dos días de estadía, supimos de la existencia de un camión de grandes dimensiones que transportaba arroz y ahí nos subimos junto a unos 20 vecinos. Todavía recuerdo la risa de testigos cuando me pidieron ayuda para bajar una bolsa y no podía moverla. Flojito de brazos! Y seguimos avanzando por caminos de tierra, que por escasos kilómetros se transformaban en asfalto, hasta llegar nuevamente a la ruta 7 que conectaba con la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.
Y con la motivación en alza producto de las buenas experiencias (hubo más traslados haciendo AutoStop más allá de lo relatado), pensé en … ¿por qué no hacer BarcoStop? Avancé hacia al norte, hasta llegar al estado de Trinidad. Escuché hablar sobre barcos que cruzaban el río para luego continuar por carretera en dirección a Rurrenabaque. Pero me encontré con un barco carguero que proponía viajar por el Rio Mamoré, el amazona boliviano durante 4 o 5 días. El mismo trasladaba combustible y se abría la posibilidad de observar delfines rosas, atardeceres de ensueño y paradas provisorias en diferentes comunidades nativas. La propuesta tenía un costo pero finalmente me dejaron viajar costeando mi propia comida.

Pasé gran parte de las jornada apostado en los codos del barco en búsqueda de un delfin rosa. Lamentablemente hubo pocos y resultaron muy veloces pero la tranquilidad, el aire, los atardeceres, la luna llena sobresaliendo gigante de un ambiente selvático, fueron suficientes. Hubo momentos de risas junto a la tripulación a una pareja belga que se sumó a la travesía. También hubo pasajes de miedo, cuando repentinamente al pasar por territorio brasileño un grupo armado de militares se subió a la embarcación.
Una vez en el puerto de Riberalta, empecé a vivir las últimas jornadas en Bolivia. También a dedo, llegué a la comunidad nativa Tumichucua en donde paré dos semanas, saliendo en el día 90 del territorio boliviano. Cansado pero satisfecho por haber encontrado muestras de gratitud, de solidaridad y por haber roto un mito y mis propios prejuicios.

Comentários